No es muy popular hoy día
amar a la iglesia. Una amiga escribió en su perfil de Facebook, “Amo a Jesús,
pero no me gusta la iglesia.” ¿Es posible amar a Jesús sin amar a Su iglesia?
¿Qué es la iglesia?
Utilizamos la palabra “iglesia” para comunicar muchas ideas. Efesios
5:25 dice que Jesucristo “amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella.”
Podemos identificar qué es la iglesia al contestar la pregunta, ¿por cuál
iglesia murió Jesús?
La iglesia no es el edificio en que los creyentes se reúnen.
Muchas veces nos referimos al edificio con la palabra “iglesia.” “¡Qué
linda iglesia!” o tal vez “Necesitamos limpiar la iglesia.” Pero todos sabemos
que Jesús no murió por ese edificio. De hecho, las congregaciones del Nuevo
Testamento se reunieron en las casas de los miembros (por ejemplo, Romanos
16:5, 1ª Corintios 16:19; Colosenses 4:15; Filemón 2). En muchas partes del
mundo hoy día, nuestros hermanos en Cristo todavía se reúnen en casas, parques,
o lugares públicos. No es necesario que una iglesia tenga propiedad ni edificio
dedicado para las reuniones.
La iglesia no es las reuniones ni la planificación del ministerio.
Otra manera en que utilizamos la palabra “iglesia” es para referir al
culto u programa de ministerio. Decimos, “¿Cómo te fue la iglesia esta mañana?”
“Hay tantas actividades disponibles en nuestra iglesia.” ¿Vas a la iglesia
mañana?” Muchas personas piensan que la iglesia es todos los servicios y
ministerios que les ofrece: ministerios para los niños, oportunidades para
convivir, la enseñanza y la predicación, y otros beneficios ofrecidos para
miembros o los que asisten. Pero ¿murió Jesús para que tengamos VBS,
ministerios para solteros, y grupos de jóvenes? ¿Amó Jesús tanto un estilo de
música o predicación a fin de que viniera del cielo para entregar Su vida? Todas
las generaciones de creyentes desde el libro de Hechos han tenido que entender
y llevar a la práctica el mandamiento de Jesús para hacer discípulos en su
propia cultura.
La iglesia es la asamblea semanal de los creyentes en Jesús.
Muchas veces se dice, “La iglesia es la gente” y tenemos razón—bueno, casi tenemos razón. En un sentido, la
iglesia universal incluye todos los creyentes en Jesús desde el Día de
Pentecostés hasta el rapto. Al aparecer Jesús en el aire para recibir a la
iglesia, la iglesia universal será congregada por la primera vez: “los que durmieron”
y también “nosotros los que vivimos” (1ª Tesalonicenses 4:14, 17). Hasta
ese momento, la iglesia existe en el mundo solo en asambleas locales de
creyentes que se reúnen todos los domingos para orar, leer la Escritura,
enseñar la doctrina de los apóstoles, y compartir unos con otros (Hechos 2:42).
La palabra griega que se traduce “iglesia” (ἐκκλησία) significa “asamblea” o “congregación” y a veces en
el Nuevo Testamento se refiere a grupos de los que no son creyentes (por
ejemplo, Hechos 19:32, 39, 41). La iglesia solamente es la iglesia cuando esté
congregada. La iglesia es los creyentes que se reúnen cada semana en el nombre
de Jesús.
Por eso, la iglesia a la que ama Jesús y por la cual murió es la
asamblea de los creyentes. Nuestras iglesias locales, las congregaciones de
creyentes, son las únicas “iglesias” que podemos conocer hasta el cielo.
¿Qué Significa amar a la iglesia?
La Biblia nos manda que andemos “en amor, como también Cristo nos amó, y
se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2) o sea, debemos amar a la
iglesia como Cristo la ama. El mandato que amemos a la iglesia es igual al
mandato que “nos amemos unos a otros” (por ejemplo, Romanos 12:10; 13:8; 14:15;
1ª Tesalonicenses 3:12; 4:9; 2ª Tesalonicenses 1:3; 1ª Pedro 1:22; 4:8; 1ª Juan
3:11; 4:7, 11, 12; 2ª Juan 5). Por eso, amamos a la iglesia de Jesús
cuando amamos a los hermanos de nuestra asamblea local.
En ese momento nuestra tarea se hace más difícil. Aunque el edificio de
nuestra iglesia es muy cómodo, aunque nos encanta la predicación de nuestro
pastor favorito, aunque apreciamos los ministerios y oportunidades que nos
ofrece nuestra iglesia, es mucho más difícil amar a los hermanos—los
desagradables, los con quienes no nos comportamos bien, los pecadores.
Aquí el amor de Jesús es nuestro ejemplo para amar a la iglesia. ¿Cómo
podemos amar a esos pecadores de nuestra iglesia? Jesús me amó cuando era
pecador (Romanos 5:6–8). ¿Es posible que podamos amar a esos malhumorados y
antipáticos de nuestra iglesia? Jesús me amó cuando era su enemigo (Romanos
5:10). ¿Por supuesto no deberíamos amar a esos hermanos que tienen débil
consciencia o criterios irrazonables? Jesús vino para servir a otros, no para
servirse a sí mismo (Romanos 15:4; Marcos 10:45).
¿Cómo Podemos amar a la iglesia?
Entonces ¿cómo podemos andar en amor y “servirnos por amor los unos a
otros” (Gálatas 5:13)?
Juntémonos regularmente con la iglesia de Jesús.
No le des la espalda a la iglesia de Jesucristo porque no te gustan las
instalaciones físicas o porque prefieres un énfasis diferente en el ministerio.
No abandones a la iglesia por algo que no es la iglesia. Jesús ha prometido que
Su presencia estaría con Su iglesia hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Jesús
se junta con Su iglesia—¿te juntarás con ella también?
Oremos por la iglesia de Jesús.
Sigamos a los líderes espirituales a quienes Jesús ha puesto sobre la iglesia.
Cuando los líderes que Jesús ha dado a Su iglesia (Efesios 4:14–14) no
nos caen bien, podríamos estar tentados a volvernos y dar la espalda a la
iglesia de Jesús. De hecho, no estar de acuerdo con las enseñanzas de los
líderes sería una razón que darían los que salen de una iglesia. Suena
muy espiritual, pero si Jesús hubiera querido mostrarte algo de la Biblia que
no sabías, ¿no te habría corregido por medio de los pastores y maestros que Él
le ha otorgado a la iglesia? Jesús, el gran pastor de las ovejas, les ha dado a
los pastores para la iglesia para que velen por nuestras almas (Hebreos 13:17).
Jesús les ha encargado a los ancianos la iglesia por la cual murió (Hebreos
13:20–21; Hechos 20:28)—¿los seguirás?
Consideremos que las necesidades espirituales de la iglesia de Jesús son más importantes que nuestras propias preferencias.
Muchas veces nuestras opiniones sobre el diseño del edificio o la manera
que los programas van son más importantes para nosotros que las necesidades espirituales
de nuestros hermanos. Si alguien hubiera podido proteger sus derechos en vez de
entregarse a sí mismo por Su iglesia, habría sido Jesús (Filipenses 2:3–8),
pero Jesús renunció a sus derechos y su reputación para la iglesia—¿estimarás
la iglesia como superior a tus preferencias?
El domingo que viene, el día del Señor, cuando te juntes en el nombre de
Jesús con el grupo de creyentes que llamas tus hermanos en Cristo, mira alrededor
y pregúntate: “¿Amo a esta iglesia como Jesús la ama?”
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