Escuchando
los testimonios de jóvenes cristianos, hay un concepto repetido muchas veces.
Muchos cuentan su experiencia de la vida cristiana así: “Hice una oración
cuando era niño, pero dudaba la seguridad de mi salvación por muchos años. Me
preguntaba si acaso era salvo, pidiendo a Dios que me salvara docenas de veces.
No tenía la seguridad hasta años después.”
Este
testimonio ha sido repetido por miles de jóvenes, los que se han criado con
padres cristianos, han asistido a buenas iglesias, y han recibido la educación
cristiana. ¿Por qué están luchando estos jóvenes con la seguridad de la
salvación, aunque han disfrutado de todas las bendiciones espirituales? ¿Por
qué no están creciendo en el conocimiento y la gracia del Señor? ¿Cuál es el
problema? Y ¿cómo lo corregimos?
¿Cómo se puede ser salvo?
A la raíz
del problema, muchos no tienen la seguridad de la salvación porque han sido
enseñado incompletamente o incorrectamente sobre qué es la salvación. La
salvación según la Biblia siempre es solamente por fe en Jesucristo.
Guardar la ley no puede salvar
La Biblia
dice claramente que jamás se justificará alguien por guardar la ley. El apóstol
Pablo dice en Gálatas 2:16, “sabiendo que el hombre no es justificado por las
obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos
creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las
obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.”
Mientras este pasaje trata con la ley de Moisés, la salvación nunca depende de
que alguien guarde un código legal. No se puede salvar por tratar de obedecer
los mandamientos de Dios; de hecho, esto es fútil, porque el inconverso no
puede y no está dispuesto de someterse a Dios (Romanos 8:7–8).
Muchos jóvenes
han luchado con la seguridad de la salvación por cuanto hay pecado en su vida.
Creen que deben quitar todo pecado de su vida para ser salvo o para permanecer
salvo. Es verdad, el practicar del pecado trae dudas de la regeneración, pero la
lucha diaria contra el pecado indica que el poder de Dios está morando en él, oponiendo
los deseos pecaminosos que reinaron sin oposición antes de la salvación
(Romanos 7:13–25).
Las esfuerzas humanas no pueden salvar
No hay
nada que se pueda hacer para efectuar la salvación. Efesios 2:8–9 dice, “Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don
de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” La salvación es todo por la
gracia de Dios y todo para la gloria de Dios, y nosotros no podemos añadir nada.
Además,
muchos jóvenes han sido enseñados, sea por dicho o hecho, que las emociones
deben acompañar la salvación para que sea genuina. ¿Cuántas veces hemos oído
que alguien vino a Cristo “con lágrimas” como prueba que una profesión de fe
fue real? El joven que escucha esto empieza a dudar que su salvación sea
genuina porque no recuerda llorar cuando vino a la fe en Cristo.
Decir una oración no puede salvar
Es
verdad, el orar no puede salvar. Recitar palabras no puede salvar a nadie.
Muchos jóvenes de familias cristianas cuentan con una oración que recitaron cuando
niño para salvar sus almas. Muchos luchan con la seguridad de la salvación,
preguntándose si “lo hizo correctamente” o “dijo lo correcto.” Muchas veces una
oración para salvación es presentada como algo mágico o “el rosario cristiano”
para recitar y recibir la salvación. Muchos jóvenes testificarán que han orado
una y otra vez para asegurarse.
Estos
malentendidos, sea por accidente o no, pueden paralizar al joven, incluso inocularlo
al evangelio. Si el joven cree que tiene que ser buen niño, hacer lo correcto,
u orar las palabras correctas para ser o permanecer salvo, no entiende la
salvación que la Palabra de Dios nos ofrece.
¿Cómo se puede saber que uno es salvo?
Las
escrituras nos dicen claramente que los que Dios ha salvado son suyos por
siempre. Jesús dice, “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y
yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi
mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar
de la mano de mi Padre” (Juan 10:27–29). A los que Dios ha predestinado,
también ha llamado, ha justificado, y los glorificará (Romanos 8:30). Jesús
prometió que no perdería a nadie de los que el Padre le dio (Juan 6:39). Puesto
que creemos que a los que Dios ha salvado, los guardará, la pregunta central de
la seguridad es así: ¿Cómo puedo saber que yo soy uno de los que Dios ha
salvado?
La primera
epístola de Juan aborda este tema directamente. De hecho, Juan declara que su
propósito para escribir la carta era para que los lectores supieran que tenían
vida eterna (1ª Juan 5:13). En su epístola, Juan presenta tres pruebas de la
vida eterna. Primero, la vida eterna pertenece a los que tengan comunión con el
Padre y el Hijo (1ª Juan 1:5–2:27). Segundo, la vida eterna pertenece a los que
hayan nacido de nuevo en la familia de Dios (1ª Juan 2:28–4:6). Tercero, la
vida eterna pertenece a los que demuestren el amor y la fe verdadera (1ª Juan
4:7–5:12). Estas pruebas hacen demandas de creencia y también de
comportamiento. Juan dice que una cristiana genuina manifestará las dos la
creencia y el comportamiento correcto.
Muchas
veces, tenemos mucho cuidado con la sana doctrina, y tenemos razón. Negamos que
seamos cristianos nada más por hacer el papel de cristiano. Sin embargo, a veces
nos hemos enfocado en nuestra creencia a costo de nuestro comportamiento. Si
alguien dice ser cristiano, ¿cómo se puede cuestionar? La epístola de 1ª Juan
nos da pruebas por las cuales podemos evaluar la veracidad de nuestra
reclamación. Es por estas pruebas que podemos saber si somos regenerados y
conseguir la seguridad de la salvación.
La vida eterna pertenece a los que crean en Jesucristo.
Como
decimos antes, el Nuevo Testamento afirma que la salvación es por la fe en
Jesucristo (Romanos 4:23–5:2). Los cristianos se describen en el Nuevo
Testamento como “creyentes” (Hechos 5:14; 1ª Timoteo 4:12). La primera epístola
de Juan describe claramente el contenido de esa fe: es la persona y obra de
Jesucristo.
El cristiano cree en la persona de Jesucristo
El
cristiano genuino, según el apóstol Juan, es él que confiesa al Padre y al Hijo
(1ª Juan 2:22–23). Esto quiere decir que él cree en la persona de Cristo y su
deidad como el Hijo de Dios. Sin creer y confesar la persona de Cristo, no hay
salvación. Si Jesús no es Dios como afirmó, Él era mentiroso. Además, si Jesús
no es Dios, Él debía sufrir por sus propios pecados como hijo de Adán y no podía
morir por el mundo. La salvación es para los que confiesen la persona de
Jesucristo.
El cristiano cree en la obra de Jesucristo
El
cristiano genuino, según el apóstol Juan, es el que cree en la obra de
Jesucristo (1ª Juan 4:1–3). El cristiano cree que “Jesucristo ha venido en
carne” (1ª Juan 4:3). No quiere decir solamente que Jesús vivió en el mundo
hace dos mil años, sino la frase es un resumen del ministerio de Jesucristo.
Dios el Hijo se humilló y fue hecho semejante a los hombres (Filipenses 2:5–8;
Juan 1:11, 14; Hebreos 2:5–18). Como hombre, vivió perfectamente y obedeció la
ley de Dios completamente (Juan 6:38; Romanos 5:19). Hombres pecaminosos le
prendieron injustamente y lo crucificaron. Jesús no murió por sus propios pecados
(porque no había cometido ninguno), sino recibió el castigo justo de Dios por
nuestros pecados (2ª Corintios 5:21; Romanos 4:24–25; Isaías 53:4–6). La salvación
es para los que confiesen la obra de Jesucristo.
La vida eterna pertenece a los que obedezcan la palabra de Dios.
Mientras
afirmamos que debemos creer algunas verdades para ser salvos, a veces no
admitimos fácilmente que la perseverancia es una característica de la fe
genuina. La salvación siempre es solo por la fe en Jesucristo nada más, pero
también la fe genuina siempre produce las obras buenas. Así argumenta la
epístola de Santiago (2:14–26), y así dice Jesús mismo en Mateo 7:20, “Por sus
frutos los conoceréis.”
La vida del cristiano se caracteriza por la obediencia
La
epístola de 1ª Juan pregona este refrán: la vida eterna pertenece a los quienes
vivan conforme a la santidad del Dios en que creen.
- Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad (1:6).
- Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1:8).
- El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él (2:4–5).
- No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él (2:15).
- Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él (2:29).
- Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro (3:3).
- Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido (3:6).
- Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (3:7–8).
- En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios (3:10).
- Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado (3:24).
- Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca (5:18).
La vida del cristiano se caracteriza por el amor para los creyentes
No
solamente aman los creyentes a Dios y demuestran este amor al vivir en
santidad, también aman a los hijos de Dios. Si Dios amó a alguien para dar a Su
Hijo por él, el creyente genuino lo ama también, y lo demuestra por sus hechos.
De nuevo vamos a la epístola de 1ª Juan:
- El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas (2:9).
- Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte (3:14).
- Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él (3:18–19).
- Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor (4:7–8).
- En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos (5:2).
En conclusión
Para
resumir, la salvación según la Biblia no trata con lo que el hombre hace sino
con la gracia de Dios. La salvación es solamente por la fe en la persona y obra
de Jesucristo. Se debe entender quién es Jesucristo y qué ha cumplido en la
cruz. Se debe volver del pecado a Cristo, confiando solo en Él.
La fe
genuina siempre producirá una vida cambiada. Las buenas obras surgen de la fe;
no producen la fe. De hecho, los que no son creyentes se frustrarán con la
incapacidad de hacer lo bueno. Por otro lado, el creyente quiere ocuparse en su
salvación y encontrará que Dios está obrando en él, produciendo el querer y el
poder para cumplir la voluntad de Dios (Filipenses 2:12–13). Es por esa
obediencia que se corrobora la seguridad de la salvación, no solamente por lo
que ha creído la persona, sino también por el cambio que Dios produce en su
vida.
Si tú
estás luchando con la seguridad de la salvación, te pregunto: ¿Demuestra tu
vida la evidencia de la fe genuina? Si no, tienes algo para dudar tu
reclamación. Debes preguntarte así: ¿Creo yo solamente en Jesucristo para mi
salvación? La vida eterna pertenece a los que creen en la persona y obra de
Jesucristo, y aquella fe producirá la evidencia de una vida santa.
Para leer este artículo en inglés, haz clic aquí.
Para leer este artículo en inglés, haz clic aquí.
Comments